martes, 5 de abril de 2016

El triunfo de Descartes: racionalismo en el deporte.


Si bien la mayoría de los mortales vivimos guiándonos por la intuición y el sentido común; las personas más exitosas (al menos en términos de eficiencia y eficacia), suelen, en cambio, ser bastante más racionales. Es decir: son personas que de alguna u otra forma hacen participar al cálculo, las fórmulas y las matemáticas en casi todas sus decisiones. Desde luego, ello no quiere decir que sean simples robots o no tengan sentido común; sino que se instruyen y desarrollan mucho sus habilidades para el cálculo y el  análisis. Algo que a mediano y largo plazo, les ayuda a tomar decisiones en promedio más acertadas que el resto de las personas que mayormente atienden a sus impulsos.


Esto al menos es lo que he podido inferir luego de trabajar y realizar un sinnúmero de actividades en muchas materias a lo largo de mi vida. Y donde siempre o casi sin excepción, el fracaso he podido atribuirlo a la falta de un seguimiento analítico esmerado; y el triunfo, a haber “excelizado” o “cuantificado” un poco más la cuestión.

Así, pues, que no importa si es para vender más, administrar mejor la riqueza, mejorar la salud y el estado físico, comprar algo. En cualquiera de estos casos se necesita recurrir a ciertas mediciones, ciertas consideraciones objetivas fundamentadas en la lógica y la ciencia, y la evaluación de ciertas variables para saber si realmente estamos progresando y hemos escogido el camino correcto. Para discernir nuestros patrones de conductas que promueven equivocaciones y saber si lo que hacemos es apropiado o inapropiado para los fines que perseguimos. Pues, de lo contrario, estamos forzando o exigiéndole demasiado a nuestra intuición. Algo que en términos formales, ciertamente, no se encuentra muy lejano de una especie de perpetuo autoengaño.

¿A qué viene todo esto?

Sencillo. Casi todos los problemas políticos, económicos y culturales que observo en mi país (Argentina) obedecen en general a una sobrestimación de la ocurrencia, la opinión, el impulso, la intuición, el recurso inmediato o el ardid destinado a salir del paso. A “atar las cosas con alambre”, como decimos en mi país para significar soluciones obradas con pocos recursos. Es decir: buena parte de nuestros problemas como nación obedecen a una cierta carencia o incapacidad del promedio para la profundidad analítica. En este sentido, hay dos expresiones muy interesantes en el vocablo argentino que definen nuestra idiosincrasia: “chicanear” y “vender humo”.

Básicamente, chicanear es recurrir a argumentos dilatorios, intrascendentes, arbitrarios, inconexos, rimbombantes o muy elementales con el propósito de ganar, zanjar, evitar o diferir una discusión escrupulosa sobre un asunto. Mientras que, “vender humo”, es intentar hacer pasar por bueno, eficiente o excelente, lo que en realidad no lo es.

Ambos vocablos tienen en común una cosa: el engaño, la tergiversación y el poco apego a la racionalidad. Porque en el fondo, sentimos una especie de absurdo orgullo por hacer las cosas sin necesidad de pensar. Lo cual, sabemos, exige más trabajo. Demanda más cifras, valores y números ciertos. Pero que a largo plazo comporta soluciones mucho más duraderas, fructíferas y verdaderas.

¿Pero a qué viene todo esto en un blog de deporte y tecnología?

Justamente a que una de las razones por las que comencé este blog es porque todos los días observo a mucha gente tratando de “reinventar la rueda” o improvisando peligrosamente: rutinas, técnicas y métodos para ponerse en forma o ganar salud.  Gente que quiere muscularse y levanta el mayor peso posible con la peor técnica imaginable y a pocas semanas de entrenamiento ya tiene más problemas de salud de los que pretendía mejorar. Hombres que levantan pesos enormes; pero que se alimentan pésimamente y cuyo cuerpo –pues- apenas si advierte que asisten a un gimnasio. Ciclistas que a pesar de pasar horas sobre la bicicleta no entienden muy bien para qué sirven las marchas y siempre van en la misma, tanto para subir pendientes como para andar por el llano. Individuos que no saben ni les interesa saber cuál es la frecuencia cardíaca máxima a la que pueden trabajar, y que muchas veces caen redondos como moneda en los parques de la ciudad.

Podría seguir refiriendo cientos de ejemplos donde el argentino promedio –tanto en el deporte como en cualquier otra actividad- falla miserablemente en la tarea de perfeccionar un análisis esmerado de lo que hace para lograr sus objetivos. Podría referir sencillamente que no resulta azaroso que el 90% de las personas que conozco (frecuento ámbitos muy distintos) no sepan usar siquiera medianamente Excel o cualquier otra planilla de cálculos. No sepan programar en ningún lenguaje, usar bases de datos, hacer análisis estadístico o llevar siquiera su propia contabilidad doméstica. Casos en que a pesar de contar con ordenadores potentísimos, son utilizados solo para leer diarios online. Pero, en cambio, me he comprometido con ir acercándoles de la manera más sencilla: herramientas, conocimientos y recursos que permitan sacar el máximo provecho a sus distintas actividades físicas y el cuidado de su salud.  Espero poder lograrlo, lo demás se desea.

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