Se dice mucho que quizás uno de
los lugares más complicados para ligar o encontrar pareja es el gimnasio. Los
argumentos de quienes exponen esta teoría son bastante atendibles: mientras
ejercita uno no se encuentra en su mejor estado o con su mejor presencia. Sudor,
aromas, pelo despeinado y la necesidad de concentración en la rutina: no ayudan
a que alguna dama o caballero tenga particular interés en conocernos.
En mi experiencia, esto es
relativamente cierto.
Los gimnasios, claro está, son recintos que se prestan para
la histeria. Y los tipos trabados que recién
acaban de bombear el músculo y ponen cara de Arnold, no tienen, en general, el
placer de satisfacer el secreto anhelo de que las chicas que andan en bicicleta
fija o hacen sentadillas se les acerquen para medirles los bíceps y pedirles el
teléfono.
De otra parte, si bien es habitual que las mujeres sean fisgoneadas
por estos muchachos y de allí que recurran al pullover tapa-nalgas; lo normal
es que finjan estar concentradas en sus rutinas o lo estén y pasen por alto estos
coqueteos indirectos.
Frente a mis narices, sin
embargo, he visto pasar a una especie muy particular de hombres que logran sin
mayores problemas el cometido. Son los falsos-gay´s o pequeños hombrecillos que
en vez de concentrarse en intentar inútilmente que las chicas observen la
cantidad de peso que levantan en press
de banca; se dedican, en cambio, a hacer rutinas más bien aeróbicas; rutinas
más bien femeninas. Al seguirlas necesariamente durante todo el circuito, estos
picarones acrecen sustancialmente las chances de lograr conversación con ellas,
sacarles alguna sonrisita y eventualmente un número telefónico o una salida.
Asimismo, distinto a todos nosotros que vestimos lo primero que encontramos, he
observado que esta particular clase de donjuanes suelen tener mucho apego a la
elegancia en materia de ropa deportiva. Colores bien combinados, zapatillitas
fluorescentes, remeritas dry feet de colores vivos. Y fundamentalmente: un gran
espíritu de resignación. Ya que sus ejercicios distan mucho de lograr esos músculos
que menos transpirados tantos resultados dan en otros ambientes y no donde se
los cría.
Desde luego, hay quien no falla
en ligar en los gimnasios. Pero cuenta con una ventaja enorme. Es el profesor, el
entrenador y/o el dueño. Este personaje, desde luego detestable, no solo tiene
libre acceso a sonrisas, miramientos y es considerado una autoridad por ellas;
sino que las tiene que andar empujando para que ya no se le acerquen a preguntarle
cuál es el próximo ejercicio.
De modo que hay 3 alternativas: entrenas
como mujer, te haces profesor o te pones un gimnasio.
Y por cierto: andar corriéndole
atrás a la niña para colocarle los discos en las barras o mirarte demasiado al
espejo, no es una de ellas…
Si alguno se sabe otra rutina,
que la comparta.
Jaja... me gustó pero te falto una alternativa. Ser mujer y más si eres guapa.
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