martes, 1 de marzo de 2016

Sobre el ligue o levante en los gimnasios

Se dice mucho que quizás uno de los lugares más complicados para ligar o encontrar pareja es el gimnasio. Los argumentos de quienes exponen esta teoría son bastante atendibles: mientras ejercita uno no se encuentra en su mejor estado o con su mejor presencia. Sudor, aromas, pelo despeinado y la necesidad de concentración en la rutina: no ayudan a que alguna dama o caballero tenga particular interés en conocernos.

En mi experiencia, esto es relativamente cierto. 

Los gimnasios, claro está, son recintos que se prestan para la histeria.  Y los tipos trabados que recién acaban de bombear el músculo y ponen cara de Arnold, no tienen, en general, el placer de satisfacer el secreto anhelo de que las chicas que andan en bicicleta fija o hacen sentadillas se les acerquen para medirles los bíceps y pedirles el teléfono.

De otra parte, si bien es habitual que las mujeres sean fisgoneadas por estos muchachos y de allí que recurran al pullover tapa-nalgas; lo normal es que finjan estar concentradas en sus rutinas o lo estén y pasen por alto estos coqueteos indirectos.

Frente a mis narices, sin embargo, he visto pasar a una especie muy particular de hombres que logran sin mayores problemas el cometido. Son los falsos-gay´s o pequeños hombrecillos que en vez de concentrarse en intentar inútilmente que las chicas observen la cantidad de peso que levantan en press de banca; se dedican, en cambio, a hacer rutinas más bien aeróbicas; rutinas más bien femeninas. Al seguirlas necesariamente durante todo el circuito, estos picarones acrecen sustancialmente las chances de lograr conversación con ellas, sacarles alguna sonrisita y eventualmente un número telefónico o una salida. Asimismo, distinto a todos nosotros que vestimos lo primero que encontramos, he observado que esta particular clase de donjuanes suelen tener mucho apego a la elegancia en materia de ropa deportiva. Colores bien combinados, zapatillitas fluorescentes, remeritas dry feet de colores vivos. Y fundamentalmente: un gran espíritu de resignación. Ya que sus ejercicios distan mucho de lograr esos músculos que menos transpirados tantos resultados dan en otros ambientes y no donde se los cría.  

Desde luego, hay quien no falla en ligar en los gimnasios. Pero cuenta con una ventaja enorme. Es el profesor, el entrenador y/o el dueño. Este personaje, desde luego detestable, no solo tiene libre acceso a sonrisas, miramientos y es considerado una autoridad por ellas; sino que las tiene que andar empujando para que ya no se le acerquen a preguntarle cuál es el próximo ejercicio.

De modo que hay 3 alternativas: entrenas como mujer, te haces profesor o te pones un gimnasio.

Y por cierto: andar corriéndole atrás a la niña para colocarle los discos en las barras o mirarte demasiado al espejo, no es una de ellas…


Si alguno se sabe otra rutina, que la comparta.

1 comentario:

  1. Jaja... me gustó pero te falto una alternativa. Ser mujer y más si eres guapa.

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